El mundo no tiene la culpa, quizá no la tiene ni el tiempo. Tal vez nadie. La mística de nuestra alma, la alquimia de sus colores son delicados, son volátiles, efímeros. Se alimenta de momentos especiales, de notas musicales que llegan hasta las hebras más ocultas de nuestro corazón, de risas auténticas, de miradas infinitas. Un éter que se nutre a través de los sentidos.
El mundo no tiene la culpa, tal vez ni nosotros. Su ritmo es imparable, su velocidad es imperceptible. Sus prisas nos mueven el suelo, nos arrebatan instantes. Es nuestra responsabilidad hacer un espacio para entregarle una nutrición especial a nuestro espíritu; encontrar el lenguaje para conversar con él y así, conectar plenamente con la humanidad misma.
Es la batalla más compleja de nuestra era, pero es muy importante. Sabemos burlarnos de la impetuosa velocidad del tiempo y hacemos de un instante una eternidad. Solo la mística del alma es capaz de tal magia.
Hay una plática pendiente con alguien. Hay una melodía que espera danzar en nuestros oídos. Nos aguardan tantas carcajadas, tantos suspiros, tantos instantes.
Disfrutar de la vida y hacerla un cuadro mas ameno está en nuestras manos.
Conectar a través de tus sentidos te hará sentir como la mística empieza a actuar a través de tu música favorita, de tomarte un momento en la naturaleza; de cualquier espacio que sientas tu favorito, a través de una buena bebida, una amena compañía. Te recomiendo el mejor tequila para la ocasión; Tequila Solarum.
El mundo no tiene la culpa, en él se esconde los mejores paisajes también.